sábado, 17 de febrero de 2018

El parto (Vol 3)


Después de mucho dolor y una ventosa (porque nuestro pequeño no metía bien la cabecita y su papá tuvo que ayudarle a encontrar el camino), a las 17.05, padre me puso encima a nuestro bichejo. 

Estaba mojado, resbaladizo, lloraba a pleno pulmón y era super pequeño... 
En ese momento desapareció el dolor. Y los nervios. Y el miedo... 
No podía parar de llorar y preguntarle a mi ginecólogo (padre) cómo podíamos nosotros haber hecho algo tan bonito. Cómo era posible que esa cosita tan pequeña fuese nuestra. Nuestra para siempre. Y sentí (sentimos) un amor que no había sentido nunca. (Aunque ahora puedo decir, que no era nada comparado con el amor que siento hoy)

El resto pasó rápido. Un par de puntitos (porque tuve el mejor ginecólogo y obstetra del mundo) y, por fin, el padre de la criatura pudo venir a llorar con nosotros.

Ahora, cuando lo recuerdo, pienso sólo en ese último momento. Ese que, sin duda, no voy a olvidar en la vida.

Así que, nota mental: Cuando quieres algo y tienes que hacer un esfuerzo o incluso pasarlo mal para conseguirlo (sea un bebé, sean estudios, sea correr una maratón, o cualquier otra cosa), no importa lo mal que lo pases, lo que sufras o lo que otros digan. El resultado siempre merecerá la pena. 

viernes, 9 de febrero de 2018

El parto (Vol 2)

En la habitación la cosa empezó a complicarse. 

Las contracciones eran cada vez más fuertes, seguidas y dolorosas. Entre una y otra la vida era maravillosa, eso sí. Podía dormir y pintarme las uñas (Ya lo he dicho. Antes muerta que sencilla). Pero, después de la paz, volvían. Y dolían. Dolían mucho. 

Yo quería la epidural más de lo que nunca había querido nada en mi vida. Pero, lo sé. Lo ideal es ponerla una vez iniciado el parto. Tocaba aguantar un poco más. 

06.00 am. Por fin. Padre me explora. "Estás con tres centímetros".

La vida me sonríe. Vamos a bajar al paritorio y me van a poner la epidural. Y todo volverá a ser maravilloso. 

Y lo fue. Al principio lo fue. La epidural hizo su efecto (el anestesista era mi persona favorita del mundo). Era perfecta, de hecho. Percibía las contracciones, pero no dolían. Sentía mis piernas, incluso podía moverlas. 
Pero, como si fuese La Cenicienta y a las 00.00 la carroza se fuese a convertir en calabaza... a las 4 horas, la epidural dejó de funcionar. La mitad izquierda de mi cuerpo despertó, y nunca volvió a dormirse a pesar de los refuerzos que me ponían. Cada vez mis piernas se paralizaban más, pero no dejaba de doler. 

Y yo no podía dejar de pensar en todas esas mujeres que han parido sin epidural. Las admiro mucho, porque duele. De verdad que duele.
Y en las pacientes, a las que ahora entiendo más que nunca cuando se desesperan porque les decimos: "Tienes contracciones, pero aún no estás de parto".

Mujeres del mundo: Somos fabulosas (Las que hemos parido y las que no. Todas. Porque estamos hechas para soportar dolor de verdad. Dolor del físico y del otro. Somos duras. Muy duras).


jueves, 8 de febrero de 2018

El parto (Vol 1)

Qué lejano lo veía... 
Pero llegó.
El 19 de enero (treinta y ocho más seis semanas) conocimos a nuestro bichejo.

A las 00.10 nos metimos en la cama. "¿Vemos una peli? No. Mejor vámonos a dormir, no vaya a ser que se nos complique la noche". Eso pensamos. Y, la verdad, es que bien podíamos habernos quedado viendo un capitulito de Friends, porque, a las 00.30, me despertó una contracción. Una de verdad. Una que nunca había tenido. Que me dolió y me hizo despertarme de un salto de la cama (y, a mí, hay pocas cosas en esta vida que me despierten).
Padre se despertó del susto, claro. 
Y... ¡Sorpresa! Un líquido claro comenzó a resbalar por mis piernas y a inundar la habitación. Había roto la bolsa. 
"De momento no duele. Esto va a estar chupado". Pienso yo. ¡JA! (pero esa parte la dejamos para luego).
Un momento para la emoción, los nervios, los abrazos de: "vamos a ser papás", una ducha rápida (con secado y planchado de pelo, claro. ¿Parir yo sin peinar? No. Antes muerta que sencilla) y... ¡a por ello! 
Saliendo del garaje, repaso mental: "¿Lo tenemos todo?" Todo. Sus cosas, las mías, los papeles (que no se nos olvide la preanestesia, por Dios, necesitaré la epidural).
A mí me entra la locura, claro. "¿He desenchufado la plancha del pelo?". Al pobre padre le toca subir a comprobarlo. Pero, no pasa nada. Estoy loca, todos sabemos que está desenchufada en realidad, pero voy a parir, se me permite todo.

Y llegamos al hospital. 
El monitor perfecto, pocas y leves contracciones. Dos centímetros de dilatación. 
Aún no estoy de parto pero, ¡qué maravilla! Dos centímetros y esto a penas duele. 
Evolución espontánea. 
Subimos a la habitación hasta que me ponga de parto de verdad. "Aprovecharemos para dormir un poco", pensamos. 

Ingenuos...