Tengo cierta obsesión con eso de las rutinas.
Me gusta tener las mías. Y ahora quiero que mi bichín tenga las suyas también.
Ya está cerca de cumplir tres meses. Habíamos conseguido que durmiese por las noches despertándose solo una vez para comer. Bueno, en realidad eso lo ha conseguido él solito, que es más bueno que el pan...
El caso es que eso estaba realmente bien, claro, pero el bichejo sólo se dormía a partir de las 12. Después de tragarse su capítulo de Juego de Tronos con papá y mamá. Y esas no son horas para un bebito tan pequeño.
Así que, hace un par de días, aprovechando que a penas había dormido durante el día y estaba que se caía de sueño, decidí que era el momento de tomar las riendas. ¡Que aquí mando yo!
Él, por las noches, después de su baño, un ratito de juego y la teta, siempre se queda con hambre y hay que darle un refuerzo con biberón. Usábamos un biberón de recién nacido (que era su favorito), hasta que una amiga me recomendó el biberón de los biberones, el mejor, el fabuloso: MAM. Total, que con ese, y con una tetina adaptada a su edad, tarda mucho menos y se lo fulmina enterito.
Así que, tras el fabuloso descubrimiento, lo que hago es darle el bibe directamente en la habitación, con la luz muy tenue. Y así, siempre, siempre (bueno, durante los últimos tres días) se queda relajado y dormidito en su cuna.
La clave para mí ha sido: tripa llena, pañal seco y oscuridad.
Así puedo aprovechar las últimas horitas del día para hacer mis cosas. O, simplemente, para ver una peli con padre. Ay... son tan necesarias esas horas...