viernes, 9 de febrero de 2018

El parto (Vol 2)

En la habitación la cosa empezó a complicarse. 

Las contracciones eran cada vez más fuertes, seguidas y dolorosas. Entre una y otra la vida era maravillosa, eso sí. Podía dormir y pintarme las uñas (Ya lo he dicho. Antes muerta que sencilla). Pero, después de la paz, volvían. Y dolían. Dolían mucho. 

Yo quería la epidural más de lo que nunca había querido nada en mi vida. Pero, lo sé. Lo ideal es ponerla una vez iniciado el parto. Tocaba aguantar un poco más. 

06.00 am. Por fin. Padre me explora. "Estás con tres centímetros".

La vida me sonríe. Vamos a bajar al paritorio y me van a poner la epidural. Y todo volverá a ser maravilloso. 

Y lo fue. Al principio lo fue. La epidural hizo su efecto (el anestesista era mi persona favorita del mundo). Era perfecta, de hecho. Percibía las contracciones, pero no dolían. Sentía mis piernas, incluso podía moverlas. 
Pero, como si fuese La Cenicienta y a las 00.00 la carroza se fuese a convertir en calabaza... a las 4 horas, la epidural dejó de funcionar. La mitad izquierda de mi cuerpo despertó, y nunca volvió a dormirse a pesar de los refuerzos que me ponían. Cada vez mis piernas se paralizaban más, pero no dejaba de doler. 

Y yo no podía dejar de pensar en todas esas mujeres que han parido sin epidural. Las admiro mucho, porque duele. De verdad que duele.
Y en las pacientes, a las que ahora entiendo más que nunca cuando se desesperan porque les decimos: "Tienes contracciones, pero aún no estás de parto".

Mujeres del mundo: Somos fabulosas (Las que hemos parido y las que no. Todas. Porque estamos hechas para soportar dolor de verdad. Dolor del físico y del otro. Somos duras. Muy duras).


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