miércoles, 11 de abril de 2018

Rutinas

Tengo cierta obsesión con eso de las rutinas. 
Me gusta tener las mías. Y ahora quiero que mi bichín tenga las suyas también.

Ya está cerca de cumplir tres meses. Habíamos conseguido que durmiese por las noches despertándose solo una vez para comer. Bueno, en realidad eso lo ha conseguido él solito, que es más bueno que el pan... 
El caso es que eso estaba realmente bien, claro, pero el bichejo sólo se dormía a partir de las 12. Después de tragarse su capítulo de Juego de Tronos con papá y mamá. Y esas no son horas para un bebito tan pequeño.

Así que, hace un par de días, aprovechando que a penas había dormido durante el día y estaba que se caía de sueño, decidí que era el momento de tomar las riendas. ¡Que aquí mando yo!

Él, por las noches, después de su baño, un ratito de juego y la teta, siempre se queda con hambre y hay que darle un refuerzo con biberón. Usábamos un biberón de recién nacido (que era su favorito), hasta que una amiga me recomendó el biberón de los biberones, el mejor, el fabuloso: MAM. Total, que con ese, y con una tetina adaptada a su edad, tarda mucho menos y se lo fulmina enterito. 
Así que, tras el fabuloso descubrimiento, lo que hago es darle el bibe directamente en la habitación, con la luz muy tenue. Y así, siempre, siempre (bueno, durante los últimos tres días) se queda relajado y dormidito en su cuna. 

La clave para mí ha sido: tripa llena, pañal seco y oscuridad. 

Así puedo aprovechar las últimas horitas del día para hacer mis cosas. O, simplemente, para ver una peli con padre. Ay... son tan necesarias esas horas...


jueves, 5 de abril de 2018

Noche de chicas

Esta tarde, la abuela se ha quedado con el pequeño. 
Me he sentido un poco explotadora por pedírselo, aunque, en el fondo, sé que es la más feliz del mundo cuando le dejamos al bicho para ella solita. 
Total, se lo hemos dejado porque padre tiene partido de padel y yo quería aprovechar para estudiar un poco. 
Bueno... estudiar... y arreglarme. Ponerme muy guapa porque esta noche, por primera vez en muchos meses, voy a salir con mis amigas a cenar. Y no solo vamos a ponernos guapas para ir a cenar a un sitio chulo, no. Es que, además, ¡vamos a beber vino! ¡Todas! ¡Yo también! ¿Cuánto tiempo llevábamos sin bebernos una botella de vino (o las que se tercien) entre las tres? ¡Pues mucho!
Ahora mismo, sola en casa, estudiando y escribiendo esto mientras me tomo un café tranquilamente, me siento un poco rara... Diría que me siento incluso un poco culpable. 
Sé que mi bicho está en buenas manos, y que no es malo estar unas horitas sin él (de hecho, creo que es incluso necesario). Pero no puedo evitarlo, me siento culpable. 
Aunque, por otra parte, también es verdad que estoy deseando darme una ducha tranquilamente, con todos los potingues incluidos, sin tener que salir a toda prisa por si el pequeño se pone a llorar o necesita algo (puede que eso de darme una ducha bien larga con velas y post ducha incluida sea una de las cosas que más echo de menos). Y cenar con mis amigas, como en los viejos tiempos, sin preocuparme de que ningún bichejo me manche de leche la camisa.

Total, que supongo que esto nos pasa a todas, pero que así es la vida. Creo que hay que saber delegar. Y es muy necesario mantener ese tiempo para una (tanto para pasarlo con la pareja, como con amigos, como sola). 

Voy a seguir con mis cosas, que me llega la hora de la super ducha ¡y no he hecho nada de provecho!

(Mañana la segunda parte)

miércoles, 14 de marzo de 2018

Vacunas

A los dos meses llega el momento de vacunar a la criatura. 

Al nuestro le llegó ese momento hace poco. Desde luego no tuvimos ninguna duda. Como médicos, y como padres responsables, somos conscientes de la grandísima importancia de la vacunación. 

A nosotros no nos entra en la cabeza que haya gente que se plantee no hacerlo. 
Las vacunas salvan vidas. Se la podrán salvar a nuestros bichos y a bichos que se topen con ellos. Hemos conseguido erradicar enfermedades y no debemos permitir que vuelvan.

Vuelvo a nuestra experiencia con la vacunación. Ya nos avisaron de que ese día y el siguiente podría tener fiebre (en nuestro caso, por suerte, no fue así) y estar pachuchete. ¡Y vaya si lo estuvo! El pobrecito solo paraba de llorar para dormir, se despertaba para llorar y vuelta a empezar. Por la noche durmió poco y mal. Y, aunque al día siguiente seguía algo mimoso, por suerte, nada que ver con el primero. 

Total, que padres y madres del mundo con bebés de dos meses a los que vayan a vacunar, preparaos.  Tened paciencia. Ese día es sólo para la criatura. Todo mimo será poco. Podéis aprovechar y hacer como nosotros: peli, manta, día tranquilo los tres solos en casa y a mimar al bichito (al fin y al cabo hay que aprovechar para mimarles, besuquearles, incluso morderles los mofletitos, ahora que se dejan).

La nueva José Luis Perales


Sí, lo que he dicho.
Con todo mi respeto al gran José Luis que, por cierto, me encantaba de pequeña. No podía faltar en nuestro coche su cinta (ni la de Pimpinela, dicho sea de paso) cuando salíamos de viaje. No sin mi Perales. 

Total, que últimamente me paso el día cantando. 

Para dormir al bicho, mientras le cambio, cuando jugamos... Todo el día, vaya. 
Estoy adquiriendo una destreza para componer que ni Perales. Una facilidad para hacer rimas que ni Bequer.

Sobre todo por la noche. Ahí lo doy todo, oye. Supongo que es porque deseo que al bicho le encante, se duerma y me deje dormir. Quizás le estoy empujando a convertirse en caza talentos, o en cantante, quien sabe. 

Aunque para caza talentos el que debería toparse conmigo.

¡Estamos ante la nueva Cantajuegos!

La lactancia

Un tema controvertido...
En mi caso, lactancia sí.
Pero debo decir que no es lo que imaginaba.
Es duro. Es muy duro. Muy esclavo. Agobiante.
De repente, hay una persona que depende completamente de ti. Vale que la criatura tiene un padre, que siempre hay ayuda. Pero ese pequeño bichejo depende de ti, y eso, ser mamá y tener una personita tan adorable que te necesite tanto, es precioso, pero da miedo, y sí, es muy duro.

Al principio, los bebitos tienen que comer cada tres horas. Eso supone que, cuando al fin has conseguido que se enganche y que coma (y se tire su par de horitas en ello), habrá que cambiarlo,  calmarlo y dormirlo. Si a esto sumas que eres una madre primeriza que tarda el triple en hacerlo todo, cuando al fin has acabado con esos menesteres... ¡sorpresa! vuelve a ser la hora de comer. 

Los primeros días no se enganchan fácilmente, tiran del pezón cuando terminan (es útil introducir el meñique en su boca para que no lo hagan bruscamente) y ahí aparecen ellas para facilitar la labor, las grietas. Las dichosas grietas. Pero no pasa nada, briconsejo: Las grietas se resuelven fácilmente con una fabulosa cremita: Purelán (Purelán no me paga, obviously, pero a partir de ahora voy a recomendarlo a mis pacientes el triple de lo que ya lo hacía. De nada).

Salir a pasear es algo que viene muy bien y apetece muchísimo. Pero hay que calcular, porque si vas a pasar fuera más de tres horas, ya puedes ir pensando dónde vas a hacer la parada para alimentar a la criatura o pasar un ratito (en mi caso, un buen rato) enganchada al sacaleches para poder estar lejos de casa sin agobios (Y más si la criatura en cuestión es un glotón como el mío y se vuelve loco en plan Pocholo si no le das de comer en el preciso instante en que decide que ya es la hora).

Peeero, después de todas estas reflexiones negativas sobre la lactancia materna, también he de decir que, si te lo tomas con calma, sin agobios (que esto, que parece fácil, lleva su tiempo), y no tienes miedo de recurrir a un bibe si el pequeñín lo necesita, la lactancia puede ser algo maravilloso. Un momento solo nuestro. Yo no me canso de mirar esa carita de placer cuando come. Y me encanta cuando se queda relajado en mi pecho al terminar. Y cómo se calma simplemente con estar ahí...

Y, desde luego, para terminar, lo más importante. La lactancia materna tiene un sin fin de ventajas que a todas nos han contado ya. Pero, por suerte, hoy en día, hay unas fórmulas estupendísimas. Nuestros pequeños no van a ser más listos, más altos ni más guapos por tomar leche materna. Elegir el alimento que vamos a darles es una cuestión que tenemos que decidir nosotras. Ni la matrona, si la suegra, ni la tía del pueblo, ni siquiera el padre. Nosotras. Y no seremos ni mejores ni peores por elegir una u otra. 

sábado, 17 de febrero de 2018

El parto (Vol 3)


Después de mucho dolor y una ventosa (porque nuestro pequeño no metía bien la cabecita y su papá tuvo que ayudarle a encontrar el camino), a las 17.05, padre me puso encima a nuestro bichejo. 

Estaba mojado, resbaladizo, lloraba a pleno pulmón y era super pequeño... 
En ese momento desapareció el dolor. Y los nervios. Y el miedo... 
No podía parar de llorar y preguntarle a mi ginecólogo (padre) cómo podíamos nosotros haber hecho algo tan bonito. Cómo era posible que esa cosita tan pequeña fuese nuestra. Nuestra para siempre. Y sentí (sentimos) un amor que no había sentido nunca. (Aunque ahora puedo decir, que no era nada comparado con el amor que siento hoy)

El resto pasó rápido. Un par de puntitos (porque tuve el mejor ginecólogo y obstetra del mundo) y, por fin, el padre de la criatura pudo venir a llorar con nosotros.

Ahora, cuando lo recuerdo, pienso sólo en ese último momento. Ese que, sin duda, no voy a olvidar en la vida.

Así que, nota mental: Cuando quieres algo y tienes que hacer un esfuerzo o incluso pasarlo mal para conseguirlo (sea un bebé, sean estudios, sea correr una maratón, o cualquier otra cosa), no importa lo mal que lo pases, lo que sufras o lo que otros digan. El resultado siempre merecerá la pena. 

viernes, 9 de febrero de 2018

El parto (Vol 2)

En la habitación la cosa empezó a complicarse. 

Las contracciones eran cada vez más fuertes, seguidas y dolorosas. Entre una y otra la vida era maravillosa, eso sí. Podía dormir y pintarme las uñas (Ya lo he dicho. Antes muerta que sencilla). Pero, después de la paz, volvían. Y dolían. Dolían mucho. 

Yo quería la epidural más de lo que nunca había querido nada en mi vida. Pero, lo sé. Lo ideal es ponerla una vez iniciado el parto. Tocaba aguantar un poco más. 

06.00 am. Por fin. Padre me explora. "Estás con tres centímetros".

La vida me sonríe. Vamos a bajar al paritorio y me van a poner la epidural. Y todo volverá a ser maravilloso. 

Y lo fue. Al principio lo fue. La epidural hizo su efecto (el anestesista era mi persona favorita del mundo). Era perfecta, de hecho. Percibía las contracciones, pero no dolían. Sentía mis piernas, incluso podía moverlas. 
Pero, como si fuese La Cenicienta y a las 00.00 la carroza se fuese a convertir en calabaza... a las 4 horas, la epidural dejó de funcionar. La mitad izquierda de mi cuerpo despertó, y nunca volvió a dormirse a pesar de los refuerzos que me ponían. Cada vez mis piernas se paralizaban más, pero no dejaba de doler. 

Y yo no podía dejar de pensar en todas esas mujeres que han parido sin epidural. Las admiro mucho, porque duele. De verdad que duele.
Y en las pacientes, a las que ahora entiendo más que nunca cuando se desesperan porque les decimos: "Tienes contracciones, pero aún no estás de parto".

Mujeres del mundo: Somos fabulosas (Las que hemos parido y las que no. Todas. Porque estamos hechas para soportar dolor de verdad. Dolor del físico y del otro. Somos duras. Muy duras).


jueves, 8 de febrero de 2018

El parto (Vol 1)

Qué lejano lo veía... 
Pero llegó.
El 19 de enero (treinta y ocho más seis semanas) conocimos a nuestro bichejo.

A las 00.10 nos metimos en la cama. "¿Vemos una peli? No. Mejor vámonos a dormir, no vaya a ser que se nos complique la noche". Eso pensamos. Y, la verdad, es que bien podíamos habernos quedado viendo un capitulito de Friends, porque, a las 00.30, me despertó una contracción. Una de verdad. Una que nunca había tenido. Que me dolió y me hizo despertarme de un salto de la cama (y, a mí, hay pocas cosas en esta vida que me despierten).
Padre se despertó del susto, claro. 
Y... ¡Sorpresa! Un líquido claro comenzó a resbalar por mis piernas y a inundar la habitación. Había roto la bolsa. 
"De momento no duele. Esto va a estar chupado". Pienso yo. ¡JA! (pero esa parte la dejamos para luego).
Un momento para la emoción, los nervios, los abrazos de: "vamos a ser papás", una ducha rápida (con secado y planchado de pelo, claro. ¿Parir yo sin peinar? No. Antes muerta que sencilla) y... ¡a por ello! 
Saliendo del garaje, repaso mental: "¿Lo tenemos todo?" Todo. Sus cosas, las mías, los papeles (que no se nos olvide la preanestesia, por Dios, necesitaré la epidural).
A mí me entra la locura, claro. "¿He desenchufado la plancha del pelo?". Al pobre padre le toca subir a comprobarlo. Pero, no pasa nada. Estoy loca, todos sabemos que está desenchufada en realidad, pero voy a parir, se me permite todo.

Y llegamos al hospital. 
El monitor perfecto, pocas y leves contracciones. Dos centímetros de dilatación. 
Aún no estoy de parto pero, ¡qué maravilla! Dos centímetros y esto a penas duele. 
Evolución espontánea. 
Subimos a la habitación hasta que me ponga de parto de verdad. "Aprovecharemos para dormir un poco", pensamos. 

Ingenuos... 

jueves, 18 de enero de 2018

Treinta y ocho más cinco

Soy una persona bastante tranquila, pero, hace una semanita más o menos, empezó a entrarme el miedo. No miedo al parto. He visto muchos, muchísimos, y (de momento) eso no me preocupa.
Es miedo al cambio de vida. 

Se acabó eso de levantarse, arreglarse, coger el bolso y salir, sin más, a hacer cualquier recado. 
Se acabó coger el bus o metro sin pensar ¿cómo voy a meter ahí un carrito de bebé?
Se acabó ir al cine, al teatro o a cenar sin tener que buscar antes niñera. 
Se acabó dormir de un tirón. 
Se acabó simplemente tener tiempo para estudiar, navegar por internet o leer sin pensar en nada más. 

Se acabaron muchas cosas. Eso es lo que me da miedo. 

Me siento algo culpable por este miedo. Egoísta, quizás. Supongo que ahora todo debería ser felicidad (que la hay, y muchísima), pero también creo que es normal sentir miedo ante un cambio de vida tan grande...

De cualquier forma, todo ese temor ha desaparecido (o, al menos, se ha reducido mucho) después de la última ecografía. 
Cuando vi su carita, cómo mueve las manos, las piernas, cómo late su corazón... Sé que todos los cambios habrán merecido la pena en el momento en que esté entre nuestros brazos. 

lunes, 8 de enero de 2018

Masaje perineal

Como ginecóloga, debo decir (y seguiré diciendo) que el masaje perineal es una técnica eficaz que se puede/debe realizar desde la semana 32 de embarazo, que consiste en la estimulación de los tejidos y piel de la zona y que puede prevenir desgarros y la necesidad de realizar episiotomía durante el parto. 
Esta zona, es importante conocerla y cuidarla durante y después del embarazo. 
Los objetivos de la técnica son aumentar la elasticidad de la zona, mejorar la recuperación del suelo pélvico tras el parto y reducir la incidencia de episiotomías y desgarros. 
Para que el masaje sea eficaz, deberíamos realizarlo, como digo, a partir de la semana 32, un mínimo de dos veces por semana.Y podemos realizar el masaje nosotras mismas o ayudadas por alguien. 

No voy a meterme en la técnica porque hay muchos manuales donde podemos leerlo y que lo explican perfectamente. 

Y ahora, que ya he hablado de las bondades del masaje y lo he recomendado como ginecóloga, me toca dar mi opinión como gestante. Y mi opinión como gestante es... que no me gusta nada. 
Servidora, una mañana, allá por la semana 35, salió de casa encantada de la vida, decidida a comenzar, ese mismo día, con el cuidado de su periné (ya iba tarde, he de decir, pero eso no iba a menguar mi entusiasmo). Me compré un bote de aceite de rosa mosqueta y, cuando llegué a casa, comencé a estudiarme mi manual (no iba yo a permitir que me lo diese nadie pudiendo hacerlo sola).
No me resultó demasiado complicado por la barriga, eso sí, pero molesto... molesto un rato largo.
Total, que el entusiasmo me duró dos días. 

Seguiré recomendándoselo a todas mis pacientes y, desde aquí, os animo a realizarlo (al menos intentarlo), porque, ciertamente, me parece de vital importancia el cuidado del periné. Pero yo... yo desisto. 
Sólo me queda confiar en la destreza de mi ginecólogo.

domingo, 7 de enero de 2018

Treinta y siete más uno

Cuando tú quieras, hijo. 

Ya estamos de 37 semanas, es decir, que nuestro pequeño ya es un feto que ha alcanzado la madurez  gestacional y está listo para salir cuando quiera. 
Si todo va bien en cuanto a su peso y demás, podría estar ahí, tranquilamente, hasta la semana 40, que es la que llamamos fecha probable de parto. Incluso le daríamos un margen de unos 10 días más (según el hospital y protocolo que utilice) para ver si se anima. Si pasado este tiempo (o antes en caso de algún problema) no se ha iniciado el parto, habría que inducirlo.
Pero esto de la inducción, lo dejamos para próximos capítulos.

Volviendo a nosotros, hoy ha sido el día de ultimar detalles en su habitación y de (después de mucha, mucha insistencia de mi señor esposo) organizar nuestro "equipaje" para el hospital. 

Así que ya lo tenemos todo listo, para cuando este enano decida que ha llegado la hora de salir.